Despertó con su imagen descolorida en el espejo,
con un halo gris que vestía las luces en sombras,
con su vida atrapada en una telaraña de silencio.
No logró encontrar el corazón dentro de su pecho;
se dejó el latido olvidado en alguna alcantarilla
cuando la noche anterior vino a buscarle la pena
por los callejones oscuros de la derrota.
Solitario, la recibió pertrechado en su cama,
haciendo el amor con la soledad moribunda,
jugando al póquer con ideas innombrables;
nunca lo visitó tan cruel ni tan hermosa.
Y allí estaba puntual, sin faltar a su cita, ella,
tan verdadera como las grandes mentiras,
tan amarga como la alegría que agoniza,
tan seca que ni mojaba las sábanas con alguna lágrima,
tan invisible que le recordaba a sí mismo,
tan cercana que sentía en su cuerpo su mortaja de seda,
tan azul como el iris de sus ojos marrones
que una vez fueron de fuego y tierra
y que hoy son, como los brillos del Estigia,
dominios del profundo azul de la tristeza.
Tristeza azul - CC by 4.0 - Carlos Martín-Artajo Gaspar
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