Cae sobre la
fragua del poeta
un martillo de
espíritu
envuelto en el
aire
y relleno de
fuego.
A cada golpe
centellean las
emociones
y saltan
virutas de realidad
enajenadas por
las pasiones.
El acero
sediento
se convierte en
palabra;
la palabra se funde
en verso;
al verso
revientan otros golpes,
hasta que, del
dolor, al fin,
alumbra el
poema nuevo.
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