Juntamos dos cuerpos tiernos:
ella y él, él y él, o ella y ella,
que en el buen gobierno
de la cocina y de la mesa
no hay plato de tabúes ni recelos.
Los rehogamos por separado;
pasión a las finas hierbas,
perfume en el cuello, abrochado,
savia natural de la belleza,
y gesto limpio e iluminado.
Preparamos por fin el encuentro.
Un cine de primer plato,
se recomienda un fuego lento,
respirar el tiempo despacio,
poner frenos al desenfreno;
un roce de manos ocasional,
una risa de ida y vuelta,
miradas de complicidad,
hilos de palabras susurradas
boca a oído en la oscuridad.
Una terraza de segundo plato,
arriba, luciendo el firmamento,
ellos, resplandecientes, abajo.
La luna oficiando esta velada
de corazones acompasados.
Añadamos un oportuno brebaje,
de aquellos que descerrajan
lenguas y almas con blindaje,
más un puñado de magia pura
mezclado con esencias de coraje.
Saltan las sonrisas y las palabras
de una boca hasta la otra;
y las miradas se inflaman,
y las trincheras se abandonan,
y las emociones se delatan.
Donde habitan los secretos,
abrimos puertas y corazas,
surtimos de voz al sentimiento,
y cocemos al punto las almas
en la salsa densa del deseo.
Un paseo a través de las calles,
y otro por encima de las nubes;
cuando las manos se cogen,
y sus sombras hacen encaje,
rompe un beso dos soledades.
Enseguida llega el desenlace,
el roce íntimo de anhelos,
que culminará en este viaje
al desatar las ataduras
y liberar pasión y oleaje:
lluvia de besos,
caricias infinitas,
pieles vulnerables,
lenguas encendidas,
manos implacables
pechos enlazados,
suspiros ardientes,
ansiedad contenida,
pasión sin cordura,
razón con locura,
sudor de poesía,
sensación pura...
La receta queda finalizada,
con dos cuerpos en uno.
Y si a los comensales les agrada
cabe regresar al comienzo
una y cien veces a disfrutarla.
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