Desbaratándonos la vida.
Y tú deshaciéndome las sábanas,
y yo deshilando tus silencios,
y tú reescribiendo mis domingos,
y yo tatuándote mis besos,
Y tú deshojando el calendario,
y yo amarrándote con versos...
Desbaratándonos la vida.
Y tú deshaciéndome las sábanas,
y yo deshilando tus silencios,
y tú reescribiendo mis domingos,
y yo tatuándote mis besos,
Y tú deshojando el calendario,
y yo amarrándote con versos...
Se han ido tus palabras.
Sí, las has perdido.
Se cansaron de mirarte
dar vueltas en círculo.
Te han dejado en silencio,
con la frente resignada
y el reloj perdiendo arena
por los huecos de tus dedos.
Se fueron, aburridas de ti,
drenando discursos y letras,
vaciándote de ti mismo,
dejando en lo que queda
un lugar normalizado,
con su ruido de turbina,
con su traje de rutina,
con su piedra y con su asfalto.
¿Y qué vas a hacer, escritor,
sin tus palabras, domesticado,
con la garganta adormecida
y tus dedos desarmados?
CMA.
Cuando abrí los ojos
sabía que era un sueño
porque te vi de espaldas
en el otro lado de la cama.
¡Y todo
parecía tan real!
No hacía frío,
nos acariciaba la mañana,
y yo me sentía bien.
Muy bien.
Pero sabía que era un sueño
porque tú estabas allí,
verdadera,
recostada a mi lado,
con tu espalda desnuda
y la piel llena de la mañana.
¡Y cómo
resbalaba mi mirada
desde tu cuello hasta tu cintura!
Estabas tan bonita,
tan sutil,
tan desnuda,
tan real,
que no quise tocarte
para no hacerte arrugas
ni con mi propia sombra...
Te volviste hacia mí.
Y yo sabía que era un sueño,
porque nos mirábamos muy cerca…
Pero qué manera de querernos,
tan cierta,
tan clara,
tan nuestra,
tan poco extraña.